SUSTRATO PRERROMANO EN LAS DANZAS HISPANAS

En su “Geografía”, el autor griego Estrabon nos habla de unas μουσικα παιδισκρια reclutadas en Gades por un viajero llamado Eudoxo de Cícico para llevarlas en una travesía  a la India (que en realidad sería lo que hoy día es  la franja costera de Pakistan). El hecho de que sean reclutadas en Gades, indican que, o eran de allí, o provenían de su hinterland comercial.

Situémonos en el contexto histórico. La obra de Estrabón está escrita en el siglo II a.c.; por aquel entonces Roma está empezando a recoger los frutos de su victoria en las Guerras Púnicas y en breve a su dominio sobre el Mediterráneo Occidental se irán sumando los territorios al este de Sicilia, con la Hélade a la cabeza. Precisamente del entorno grecoparlante provenía Estrabón, el cual cargó sobre sus espaldas el equivalente de su época a las Historias de Herodoto. Al igual que al escritor de Halicarnaso, le tocó vivir en una época estimulante para un cronista y geógrafo, en la que una potencia emergente empezaba a expandir su influencia sobre área geográficas dispersas y diversas. En este caso fue la Atenas de Pericles, en aquél la Roma triunfadora sobre Cartago.

En los rollos relativos a lo que hoy es Andalucía, Estrabón  establece cuatro componentes étnicos diferenciados:

-Bastetanos-oretanos en el Alto Guadalquivir y la Alta Andalucía Oriental. Eran estos una rama del continuum ibero que ocupaba media península y cuyo epicentro caía hacia el sudeste.

-Celtas, llegados muy probablemente con las invasiones de los campos de urnas (tránsito del II al I milenio a.c.) y que acabaron confinados en dos regiones aisladas, la Beturia Céltica (al oeste del Guadalquivir) y la Céltica Bética (tierras altas de Cadiz y Málaga). Algunos caudillos de la última resistencia a los romanos eran celtas.


-Libofenicios, o lo que es lo mismo, descendientes de aquellos colonos fenicios que desde la primera mitad del I milenio a.c. habían llegado a la franja costera andaluza, primero desde Fenicia, después desde Cartago. Entre sus fundaciones, Adra, Almuñecar, Málaga, Cadiz, Sevilla…

-Turdetano-tartessios, en el Bajo Guadalquivir. Se ignora su origen y lo mismo podrían ser el producto de una inmigración oriental, como la descendencia de los primitivos constructores de dólmenes tras contactar con los comerciantes asiáticos, como una variación ibera producto del mestizaje con una aristocracia de origen céltico.

Gades era una ciudad de origen fenicio con población mayoritariamente semita, pero era el principal puerto en el sudoeste peninsular y en los tiempos de Estrabón sólo habían pasado unas décadas de la conquista romana, de modo que aún conservaba ese halo de exotismo de lo bárbaro domesticado: Bien pensado a los romanos de entonces Gades debió parecerles como Hawaii a un norteamericano de la costa este. Por ello, durante los primeros años de colonización, todo lo que lleve el adjetivo “gaditano” en las fuentes romanas hay que entenderlo como venido de Gades, más que originario de Gades.
Para lo que a este artículo respecta, Gades supondría a esa civilización del Latio la puerta del extremo occidente en general, y al contexto turdetano y libicofenicio en particular.
Nunca sabremos si aquellas μουσικα παιδισκρια eran gaditanas, o eran turdetanas-tartessias que vivían en Gades o acaso turdetanas llevadas a Gades sólo para embarcar.

El sustrato turdetano-tartessio, a juicio del propio Estrabón, era el más rico de la península, pues según decían ellos mismos poseían leyes en versos de seis mil años de antigüedad. De entre los mitos salvados del olvido tenemos la saga de Gárgoris y Habis, versión tartéssica del típico héroe civilizador que lucha por ganarse el derecho de regencia y que instaura la ley entre pueblos aún no del todo civilizados, o la de Geryón, revestido en los mitos hercúleos como un rey ganadero. Pese a esos mitos, a esas leyes antiquísimas y al recuerdo de una institución monárquica de ascendencia heroica, lo cierto es que los turdetanos eran los habitantes más romanizados de la península, y al decir del historiador griego, ya no recordaban su lengua originaria. Todo esto en un contexto de cohabitación con colonias romanas, sin memoria de grandes limpiezas étnicas. No es de extrañar que algunas décadas más tarde llegasen desde la Bética los primeros senadores y emperadores no italianos, ¿Podría esa cultura turdetano-romana tan potente haber conservado  manifestaciones musicales tan personales como para alcanzar la fama? Pudiera ser. ¿Hay indicios de algo inequívoco en ese sentido? No.

El sustrato libicofenicio era otra cosa. Se trataba de una cultura que se había desarrollado en paralelo a la propia cultura greco-romana, cuyos dioses eran bien conocidos e incluso aceptados: El templo de Melkart en Gades, el “Hércules Gaditano”, era uno de los lugares santos de mayor prestigio de la época. La cultura púnica tenía como elementos más acusados su transmediterraneidad, su orientalismo, su capacidad de poner en relación el norte con el sur. ¿Pudieron los  libicofenicios gaditanos, gente mestiza y cosmopolita, perpetuamente en relación con grandes centros comerciales de la época y con lugares remotos, servir de crisol para el nacimiento de esa cultura musical exótica que tanto atraía en los años en que vivía Estrabón? Pudiera ser. ¿Hay indicios de algo inequívoco en ese sentido? Aparte de saber que provenían del puerto de Gades, poco más.
Avancemos en el tiempo. Unos doscientos años más tarde, Roma es ya un Imperio extenso que va desde Irak hasta Inglaterra, desde Holanda hasta Egipto. En la mayor parte del sector occidental de ese Imperio se habla el latín o se usa como lingua franca. En el sector oriental ese papel le corresponde al griego.
Cabría suponer que ya para entonces algunas particularidades y exotismos de las regiones periféricas hubiesen ido diluyéndose bajo el potente superestrato de la cultura romana, más aún en la Bética, sede de una de las aristocracias terratenientes más importantes del Imperio. Quedan no muchos años para que un italicense sea nombrado emperador y sin embargo siguen llegando desde el puerto de Gades bailarinas exóticas, las puellae gaditanae.

Por Juvenal se sabe que sus bailes eran impúdicos y voluptuosos, que meneaban el culo al ritmo de las palmas, que cantaban obscenidades y que solían acabar como sus madres las trajeron al mundo.
Por Estacio sabemos que bailaban al ritmo de címbalos pero es Marcial, que sufrió en sus carnes el enamoramiento por una de ellas, el que proporciona más detalles. Por él sabemos su denominación de puellae gaditanae, que el baile consistía en una especie de temblor corporal destinado a provocar la voluptuosidad, que se acompañaban de crótalos de bronce que repiqueteaban “con mano tartessia”  y que al parecer prometían goces que entraban en conflicto con el acto de beber vino sin parar…
Visto así, la descripción que Marcial hacía de Telethusa, que así se llamaba la danzarina de la que se enamoró, está  a medio camino entre una geisha con nervio, una bailaora coqueta pero displicente y una cortesana con arte…

Al final de todas estas noticias, ¿qué nos queda? ¿Qué ingrediente de ese gazpacho se ha podido generar aquí? Aún es pronto para saberlo, pero por de pronto sabemos que tras casi trescientos años de cultura latina en una de las regiones más romanizadas del Imperio, seguían habiendo bailarinas voluptuosas y exóticas que practicaban en el sudoeste de Europa un baile que más parecería africano y que aún son descritas como tartessias. Licencias poéticas apartes, este último dato merece ser tenido en cuenta.

2 comentarios:

  1. En todos los libros y escritos de flamenco,se narra lo mismo
    sobre estas famosas bailarinas de la época preflamenca. Mi humilde opinión, y respetando lo descrito, creo que nada tiene que ver con el baile flamenco y su música. No entiendo el afán que existe en intentar su relación histórica

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  2. Faltan los Rapsodas con sus bastones con historias de hace 8000 años o equivalentes a maestros flamencos con sus bastones

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